Corría por él, por encontrarlo, los ojos me brillaban y quería llegar rápido a mi casa.
Desde niña lo había visto, con el cabello negro muy liso, manos perfectas, de piel blanca y con un metro ochenta aproximadamente. Pero más aún, era su carácter, su jovialidad y su sensibilidad ¡tan parecido a su madre!. Sería así, por los inmensos golpes de la vida.
Había prometido que su gente no pasaría por lo mismo. Así lo hizo, viajo por casi toda Venezuela y de todos esos lugares nos traía recuerdos y anécdotas, a las que se sumaban carcajadas espléndidas y rebosantes. Realizaba fiestas y brindaba con cantidad de música.
Un tío como ninguno, cuando comencé el liceo me dio todo lo necesario para que lo cursara bien, sin que me faltara nada.
El llegaba a mi casa y me encontraba toda confundida con mis materias de bachillerato y nos confabulábamos para que yo aprendiera. Me decía_ vámonos y sabíamos que interrumpiríamos a su hija, pero yo también lo era. Me tragaba la pena, por tener los conocimientos y yo me encontraba cubierta con su nobleza. Todavía recuerdo cuando le dijo a sus hijos varones que me cuidaran como una hermana, en el liceo.
Era bueno con todas las personas. A las 3 de la mañana llevaba enfermos, daba remedios, colaboraciones y consejos por doquier.
Realmente, uno da grandes gracias porque se haya encontrado en esta vida con seres espléndidos, sensacionales, vitales, que hayan marcado su existencia, en una real y otra de baile y fiesta.
No me dejó una despedida, pero me dejó a su madre por décadas, la nobleza que los unía. Cuando me esté yendo de este cuerpo los estaré llamando a los dos. Porque sé firmemente que nunca me OLVIDARAN
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